Benditos abuelos. Los de mis encargos se llevaron ayer a los grandes la mitad del día y a dormir a su casa. Hoy, a comer y luego al cine, junto con las chiquitas. Me quedé a la expectativa de un regreso a media tarde para entrar al ruedo y hacer el relevo, pero la llamada de aviso no llegó hasta las 7 de la noche.
Eso me dio tiempo de relajarme y revisar el plan de ataque, que ayer claramente tuvo sus fracasos. Rotundos. Confieso que me sentí fatal y muy decepcionada de mí misma.
A pesar de todas las instrucciones, consejos, recomendaciones, mi edad y supuesta madurez, mi capacidad de reaccionar en las crisis y bajo presión, fallé. Francamente, y con toda certeza, totalmente.
Como hoy llegaron muy contentos, aproveché la buena energía para regresar al área de aceptación en sus corazones maquiavélicos y a pesar de que va contra toda mi lógica,
[aquí hubo una interrupción grave de índole lingüística, que creo que manejé adecuadamente con el retomado plan de ataque que explico a continuación]
sentido común y de rigurosidad, acudí copiosamente a los sobornos: premios. Prometidos para la lonchera de mañana.
Después del episodio de vocabulario florido, se acabó el tiempo establecido (15 minutos) de televisión y me apuré a ordenarlos para dormir: piyamas, dientes lavados, medicinas repartidas, aceites untados para La Paz y La Calma (o las cosquillas según el cuatroañero) y los síntomas estacionales (dejaron la mochila con la medicina en el carro del abuelo, mi sentido común me dice que compre más mañana, espero no me haya equivocado), tiempo de lectura (los dos escogieron cada quien un libro, ganó el del vencedor en "piedra, papel o tijera" (a la tercera), y leímos sobre dragones), momento de agradecimiento (por la salud, por ir al cine, por mis papás y hermanos, por la confianza para cuidarlos y porque seguimos vivos (esa fui yo), y espacio para pláticas y preguntas claramente postergadoras.
Para el cuarto a las 9 ya había salido del cuarto (no recibí instrucciones de a qué horas debían dormirse, solo a qué horas tenían que estar acostados (tuve retraso de 4 minutos)); para mí esto representa la victoria. Victoriosa y dulce victoria.
Con las adorables niñas me ayuda Andre, mandada del cielo y encomendada por los papás para que sea parte enorme de mi salvación en esta semana. Bendiciones para ella y toda su prole eternamente y porlossiglosdelosiglosamén.
Aparte de los premios, mañana hay promesas de experimentos, con vinagre, bicarbonato, tapabocas y guantes, y otro para explicar el tamaño de los poros de los pies. Con cebolla. Porque ya saben. Yo explico el por qué y para qué a quien sea que al menos haga como que me escucha.
No voy a pensar en el desatado virus de la influenza que hubo la semana pasada en el salón de uno (y del que me enteré hoy) ni que ya casi se acaban las mini pizzas (que ni cuenta me di con exactitud a qué horas se las comieron, pero al menos ya usé el traumático hecho a mi favor para racionar a lo largo de la semana las que quedan); tampoco pensaré más en como los niños quiebran todas mis manías de contaminación cruzada.
Agradezco el día de hoy. Agradezco el aprendizaje que tuve y que viene, agradezco el apoyo y los consejos de la gente a quien corrí, agradezco el hermoso corazón de los niños (o lo que imagino son rasgos de bipolaridad), que olvidan lo que pasó ayer y me dan oportunidad de volver a empezar hoy. Más y mejor. En amor, empatía, creatividad, paciencia, entusiasmo y comprensión.
(Como autopuesta en evidencia, admito que hice varios bailes de festejo con los aciertos. ¡Qué bien se siente!)
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