Siendo este mi post personal mío de mi, me reservo el derecho de ser lo más dramática que mi ser dramático me inspira a ser. Si tú, Feisbuk Frend, eres de las raras gentes que nunca ha caído en el drama, dale pabajo y sáltatelo.
Título uno: Un vistazo al día de una instructora de natación de autorrescate en el peor día posible, que no fue.
Título dos: Resumen del peor día laboral de cualquiera en la historia de la humanidad, o no.
Titulo tres: Desahogo dramático con final feliz.
¿Quién carajos no ha tenido uno de esos días? Dedíquese a lo que se dedique.
La vida (a mi perspectiva) se separa generalmente en 4 partes: la personal, la familiar, la laboral (o estudiantil) y la social.
Llega un día en que la vida decide darte un regalo de cualquiera de esos rubros mencionados anteriormente vestido de mierda y oscuridad (a mi reconocida DRAMÁTICA perspectiva) y aquí escoge el que quieras, el más reciente, el más pedorro, y no tienes opción más que vivirlo. No le puedes dar Fasfogüar, no hay botoncito de doble flechita. No hay más que agarrarte los huevos, la revolcada dignidad, tu sentido de responsabilidad y tu corazón –seguramente (oremos) momentáneamente- desconchinflado y levantarte y enfrentarte al día con lo que traiga aunque de lo que más tengas ganas es de quedarte en la cama embarrada justo como el atropello de varios días de la carretera que sientes que eres y permitirte sentirte igual de lamentable y apestoso.
A lo mejor nomás me pasa a mí. O a lo mejor se parece a esto:
Era el primer día del 4to curso de tu temporada de natación. Papás nuevos, niños nuevos, unos que otros rezagados del curso anterior, uno que otro nuevo con unas cuantas clases resultado de papás ansiosos de que su descendencia empezara YA su curso.
Llovió la noche anterior, seguía nublado, la temperatura ambiente era “baja” para los estándares requisitozos y adecuados para tener niños de entre 6 meses y 6 años en la alberca en exterior. Se te hizo tarde, porque ibas en cámara lenta, tiraste el cereal, te peleaste con las hormigas invasoras por recuperar el fregadero y la tela “yes”, no encontrabas tu gorra favorita de John Deere para protegerte del sol y la verdad es que no querías trabajar.
Cuando llegaste la mamá ya se había estacionado mal, había timbrado en la casa (prohibido y establecido en el manual de papás enviado y aparentemente ignorado), la habían dejado pasar y tenía a sus hijos, tus alumnos, corriendo por el jardín como en manicomio al aire libre.
Te detuviste agarrando la canasta de juguetes y mejor buscaste en tu mochila, llena de pesar y el miedo de no sobrevivir “adecuadamente” el día. Te embarraste de TRES aceites apoyadores del animal emocional que a veces no distingue cuándo no es óptimo aventar lagrimitas feroces a tus lagrimales en público o ahorcar criaturas ajenas o mentar madres a gente que te paga o sacarle la lengua a tus alumnos por su berrinche. Y respiraste hondo. Muy hondo. Y sonreíste cuando volteaste para entrar a la alberca.
Empezaste 10 minutos tarde, te atrasaste otros 5 porque la mamá del niño que seguía se perdió, y tu celular sonó 8 veces con mamás desubicadas que aparentemente no usan Google Maps, se te descompuso el reloj, única herramienta indispensable (aparte de la paciencia) en este menester, la bebé de 7 meses lloró desconsolada y trago lo que parecieron 8 litros de agua y su mamá te veía, silenciosa. Alvarito tosió y se metió los dedos a la boca y te vomitó leche encima, en la blusa y en el cachete, casi llegando a la comisura de tu boca y casi vomitas tú, el güertio te pateó en el abdomen, el niño de año y medio lloró y gritó a su mamá, sin consideración alguna por tu salud auricular, toda la clase, y el último niño de la mañana pasó, literalmente, 20 minutos gritando y corriendo en calzones por todo el patio perseguido por su mamá y entró tarde a su clase.
Terminaron las 4 horas matutinas y tuviste una hora para comer sin atragantarte, hidratarte e intentar ir al baño en paz y cambiarte para irte del otro lado de la ciudad al turno de la tarde con sus otras 4 horas.
Los dos primeros alumnos no llegaron porque ya te habían dicho que estarían volviendo de vacaciones y se te olvidó, el agua parecía sauna o pozole, el niño de nombre japonés quiso lucir su increíble poder pulmonar gritando incansablemente “mamá” y “no quiero” por 10 minutos mientras lo paseaste por la alberca abrazado y cantando “Estrellita, estrellita” a su oído y diciéndole quedamente que estaba bien y a salvo durante todo el tiempo. Otros papás desconfiados se sorprendieron de que su único y pequeño hijo llorara toda la clase “si le encanta el agua” y después de ver la clase allí, en la orilla de la alberca y abrazados como despidiendo para siempre la inocencia del mundo, te preguntaron si se iba a traumar aunque la única parte de su cuerpo que tocó el agua fue de su cintura para abajo. Te diste cuenta con dolor que la niña que regresó a practicar usó flotis todos los días de su vida del año que no nadó contigo, aparentemente dentro y fuera del agua, porque parecía tortuga nadando pescuezo a fuera nomás tocó el agua y quisiste matar a los papás, y al terminar, cuando saliste del agua, te diste cuenta que tus rodillas y espinillas sangraban por rasparte contra los escalones.
Para algunos de los niños fue útil que los restregaras contra tu cuello y oreja donde te untaste los aceites, con la esperanza de que les sirvieran a ellos como a ti y les relajaran el cuerpo y llenaran el espíritu de valor y el corazón de alegría.
Ya después, en tu casa, mandaste un mensaje a todas las mamás diciendo lo contenta que estabas sobre el día tan exitoso que tuvieron y agradeciéndoles su confianza. Y te la creíste, mientras lo escribiste.
La mayoría respondió, sorpresivamente, contenta.
Y aunque no era necesario, porque sabes que pase lo que pase amas lo que haces y le pones todo tu corazón y entusiasmo mientras lo haces, sentiste bonito. Y sentir así te preparó para prepararte para el siguiente día.
Porque la realidad es que la vida sigue y hay que seguir con ella, agarrándonos de lo que podamos y siendo fuertes y valientes, porque estos días serán recordados y contados con orgullo, con risas y humor, como ahora.
Te lo prometo.