martes, junio 24, 2008

sin cuentos

Te quitabas la faja de la cintura, te arrancabas las sandalias, tirabas a un rincón tu amplia falda, de algodón, me parece, y te soltabas el nudo que te retenía el pelo en una cola. Tenías la piel erizada y te reías. Estábamos tan próximos que no podíamos vernos, ambos absortos en ese rito urgente, envueltos en el calor y el olor que hacíamos juntos. Me abría paso por tus caminos, mis manos en tu cintura encabritada y las tuyas impacientes. Te deslizabas, me recorrías, me trepabas, me envolvías con tus piernas invencibles, me decías mil veces ven con los labios sobre los míos. En el instante final teníamos un atisbo de completa soledad, cada uno perdido en su quemante abismo, pero pronto resucitábamos desde el otro lado del fuego para descubrirnos abrazados en el desorden de los almohadones, bajo el mosquitero blanco. Yo te apartaba el cabello para mirarte a los ojos. A veces te sentabas a mi lado, con las piernas recogidas y tu chal de seda sobre un hombro, en el silencio de la noche que apenas comenzaba. Así te recuerdo, en calma.


Rolf Carlé

4 comentarios:

  1. Qué hermoso cuento, pero más la calma que albergan las piernas enredándose entre sí.

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  2. WOOOOOOOOOW!

    Me encantan muchas cosas de ésta última visita que te estoy haciendo. Uno y sobretodo que me sorprendes caracolito, que pusiste muy linda linda tu casita. Que andas en miles de cambios y que te resentas tan fresca. Què bonito que ande un caracolito con sus cuernos desafiando hombres tontos, chambeando, soñando y compartiendonos tan lindos cuentos. Caracol eres precioso

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