Cuando decidí renunciar a mi trabajo en los viñedos del
Valle de Guadalupe hace más de 4 años, entré en una etapa de confusión e
incertidumbre. Lo único que tenía claro era mi descubrimiento de que yo estaba
en este mundo para compartir mi vida con mis seres queridos, familia y amigos,
incluso, desconocidos. Ya no quería sentirme aislada y que sólo estaba viviendo
para trabajar.
Siguieron 6 meses de introspección e ideas piradísimas en
lo que terminaba la temporada de cosecha y vinificación, y mi compromiso
con la empresa.
Una de ellas fue resultado de mis visitas a la
dermatóloga en Ensenada. El cuidado de mi cara se me hacía importante por tanta
exposición a los elementos en mi vida diaria recorriendo los campos de uva:
tierra, aire seco, o frío, y mucho sol; la Doctora me recomendó tratamientos de
limpieza facial cada 3 semanas, y a mi me hizo todo el sentido del mundo, con
la nariz llena de puntos negros y la piel seca y dura, y por supuesto medio
cacariza por años de acné en la adolescencia.
Fue uno de esos días, sentada en la silla y con la
asistente aplastándome la nariz enjundiosamente, que se me prendió el foco:
imagínate, Claudia, me dije a mi misma, sacar barros todo el día!
Literalmente. Eso pensé. Pasaron casi dos años en lo que me decidía, pero así empezó el camino de mis estudios de Cosmetología y Cosmetría en la “Escuelita,” nombre cariñosamente escogido para mi lugar de estudios y prácticas con las caras ajenas. Ha sido largo por que falto meses en la época de natación, pero con mucha práctica por que desde que aprendí las primeras cosas, ya estaba haciendo tratamientos en mi casa con conocidos incautos y valientes.
Literalmente. Eso pensé. Pasaron casi dos años en lo que me decidía, pero así empezó el camino de mis estudios de Cosmetología y Cosmetría en la “Escuelita,” nombre cariñosamente escogido para mi lugar de estudios y prácticas con las caras ajenas. Ha sido largo por que falto meses en la época de natación, pero con mucha práctica por que desde que aprendí las primeras cosas, ya estaba haciendo tratamientos en mi casa con conocidos incautos y valientes.
Lo que quiero decir, es que no hay nada como hacer cosas
que te gustan y apasionan. Sí, disfruto enormemente sacar puntos negros en
narices y reventar bombas de tiempo blancas llenas de pus en las caras
inocentes de pubertos. O reincidentes de mayor edad.
También me gusta ser generadora de momentos de relajación
para la gente (y para mi, que a mi también me relaja) y apoyar para que se
sientan bien por un rato y vean su cara limpia y radiante. Por que así se las
dejo, en serio. Soy rebuena haciendo esto, y yo se lo adjudico a que me gusta
mucho. También a que lo hago con mucho amor, paciencia, y detalle.
Así que vengan por su tratamiento facial antes de las
fiestas para que no anden con sus puntos negros y cara de momia reseca. Y se
relajen un ratito. Pongo “musiquita de spa” (así la busqué y así la encontré y
la bajé), hiervo hierbabuena para aromatizar, limpiar el ambiente y deleitar
los pulmones. Y espero que a nadie le importe que pongo la cama de masajes
entre el sillón de mi sala y la mesa de mi comedor en mi diminuto departamento.
La mayoría del tiempo están con los ojos cerrados y pueden hacer como que
estamos en el spa más sofisticado y caro de la comarca.
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