sábado, agosto 20, 2016

Se busca conejillo de indias

Desde hace tiempo me he reconocido y aceptado como ñoña, pero no estaba segura de las dimensiones que podria tener mi grado de ñoñez. Creo que ahora si se me pasó la mano (¡pero está bien!): viernes en la noche y jugando a la loca científica en el laboratorio haciendo experimentos.
Quién quiere ser mi conejillo de indias y probar!?
 




jueves, agosto 18, 2016

Soy quien soy

Hoy son 5 años que estaba empezando la última cosecha de uvas del proyecto en el que estaba involucrada en el Valle de Guadalupe, en la impresionante península de Baja California.
Extraño a veces, especialmente en fechas como hoy, los días de vendimia, trabajando de madrugada junto con la salida del sol y hasta que oscurecía.
Extraño la tierra, suelta y por todas partes, metida hasta en la comisura de los labios, los colores diferentes de cada variedad de uva, el registro minucioso de pesos de cosecha de cada lote y de cada variedad.
Extraño los burritos de enormes tortillas de harina repletos de huevo, frijoles y hasta de chilaquiles que me compartían las señoras que trabajaban conmigo, siempre generosas, y que comíamos entre los surcos pegadas a las líneas de plantas para alcanzar sombra.
Extraño la sensación de urgencia y emoción que envolvía a todo el Valle en esos días y ver a cada rato tractores con remolques rebosantes de uvas avanzando lentos por la carretera.
Extraño organizar la logística detrás de los muestreos del avance en madurez de los racimos de cada tipo de uva y de cada lote, el olor de uva molida y de jugos fermentando.
Extraño la camioneta medio destartalada que usaba y la satisfacción que me daba verla hasta el tope de cajas etiquetadas de forma obsesivamente organizada y multicolor, llenas de uva recién cortada (no podía ser más de una tonelada porque la caja de la camioneta se despanzurraba).
Extraño apurarme para llegar a la bodega y entregar la carga, y a veces me sentía muy importante de ser la única que conocía la variedad secreta y única en el Valle, y mantenerme firme en mi confidencialidad cuando algunos curiosos me pedían revelarla.
Extraño ver los amaneceres y atardeceres del Valle, siempre disponibles desde cualquier punto en donde estuviera, no había nada entre ellos y yo que los tapara: ni edificios, ni cerros, ni si quiera tantos árboles.
Extraño a la gente de todas partes y los nombres rusos, la curiosa forma de pronunciar la "ché" y de pasar horas platicando y comiendo chimiskis en algún portal.
Extraño el bullicio y el huateque de los turistas invadiendo el pueblo para festejar en las fiestas, conciertos y exceso de eventos de las vinícolas.
Extraño la compañía de Pope, mi gato, enredado entre mis pies, estar a 20 pasos de mi oficina y despertar con los bramidos de los borregos y los motores de los tractores.
Y sé, que aunque extraño todo todo todo y mucho mucho, prefiero extrañar todo esto que a mi familia, mi ciudad y mis grandes amigos.
Recuerdo esos años con cariño y como una de las mejores experiencias de mi vida; me siento agradecida y bendecida por haber tenido la oportunidad de trabajar y vivir allá. Soy quien soy hoy también por ello.

sábado, agosto 13, 2016

En el 2008 trabajé en un rancho de producción agrícola orgánica y aunque ya casi pasan 10 años, sigo teniendo la experiencia fresca en los tejidos de mi corteza prefrontal cerebral altamente selectiva y la recuerdo con mucho cariño. Durante la mitad de mis estudios universitarios y con la moda de los productos orgánicos en boga, constantemente escuchaba hablara mis profesores sobre la maravillosa empresa en Artega, Coahuila, que traía al mercado regiomontano verduras de excelente calidad libres de cualquier rastro de agroquímico comercial.

Yo quería trabajar allí por mis tendencias y experiencias ecológicas mientras viví en Francia y mi historia con el manejo de lombrices, pero no había vacantes disponibles. Insistí tanto que después de dos años me generaron el puesto de encargada del área de producción animal. Sería la responsable de mejorar e incrementar el manejo y la producción para considerar la posibilidad de comercializarlos.

Cabe mencionar que yo me gradué de Agrónoma con enfoque fitotecnista, no zootecnista. En pocas palabras, en plantas y no animales y no tenía idea de a lo que iba.

Me mudé a Saltillo y compré mi primer carro; tenía que recorrer 40 kilómetros para llegar y los mismos para regresar del rancho. Mi uniforme extraoficial era botas, pantalones de mezclilla, blusas polo coloridas y sudaderas. La mayor parte del tiempo estaba deliciosamente fresco a esa
altitud, y en invierno helaba y se me congelaban, junto con los huesos, hasta los mocos que me escurrían espontáneamente sin vergüenza alguna.

Estaba al cuidado de da producción de lombrices y composta de lombriz con la que se fertilizaban los campos de hortalizas y hierbas aromáticas, de un rebaño de más o menos 180 borregos Dorper, de un hato de 7 vacas lecheras y de las gallinas ponedoras a libre pastoreo. De pasada vacunaba y desparasitaba a Marieta, una gata altanera y sorda que me dejaba llena de pelos cuando la abrazaba en contra de su voluntad y a tres perros de montaña de los Pirineos que median en longitud lo que yo de altura.

Contaba borregos, ordeñaba vacas y veía nacer becerritos que bautizaba con nombres que empezaran con la letra del año, perseguía gallinas que parecían vestidas de crinolinas rojas y llevaba un meticuloso registro y análisis de todos los procesos adecuados y establecidos. Todo iba bien hasta que se me empezaron a morir borreguitos. Uno tras otro. Me partía el alma y no sabía por qué pasaba. Otros productores con mayor experiencia que la mía me insistían que
tendría que usar antibióticos. Inaceptable.

Saliendo de Arteaga, había una forrajera a la que ya había ido varias veces a comprar comederos y vacunas. La dueña era una veterinaria simpática y amable que me contestaba cualquier pregunta, por estúpida que fuera (hice muchas de esas). Un día se me ocurrió llevarle uno de los borregos muertos para averiguar qué los estaba matando y encontrar una posible solución. Después de mi primer necropsia en la que casi vomito los tacos de papa y chorizo que me había comido, tenía respuestas.
Como no había posibilidad de usar medicamentos convencionales, empecé a investigar intensamente sobre las hierbas medicinales.

Encontré una mesa vieja de tablones y convertí una caballeriza vacía en un laboratorio hechizo con un una estufita de parrilla y ollas y vasijas nuevas y usadas. Salía al campo y a los bosques con los nativos a buscar hierbas, hojas y cortezas, luego iba a los mercados y buscaba con las viejitas sentadas en el piso que vendían plantas secas; era lo más que podía hacer para garantizar productos orgánicos.

Secaba las plantas frescas en la oscuridad de los rinconescolgadas en las paredes de la caballeriza. Con mis notas interminables de medicina herbolaria empecé a hacer infusiones. Pesaba, combinaba y hervía; dejaba que se enfriaran en lo que algún trabajador me apoyaba trayendo al borrego 48,
93 o 146 para dárles los "tés" contra su voluntad con jeringas de 20 ml. A veces y dependiendo del problema, el trabajador me ayudaba deteniendo al animal para hacerle vaporizaciones sobre la olla llena de hierbas e hirviendo, cubriéndolo con un costal. Todo se registraba minuciosamente para poderlo repetir si funcionaba. Las repeticiones eran seguidas, porque la constancia es muy importante
para la efectividad de los tratamientos alternativos.

Me mantuve firme a pesar de que los trabajadores se mofaban de mí y de las burlas descaradas de los más conocedores. Gané apuestas y asombro cuando los animales lograban sobrevivir. Me sentía muy orgullosa y me enamoré más de las plantas y sus increíbles propiedades.
Ahora ya no me dedico a nada que tenga que ver con las plantas, pero me he reencontrado con ellas y he descubierto la que creo es la mejor forma de obtener directamente sus propiedades sanadoras en una de sus formas más puras: los aceites esenciales.

Me he remontado a ese laboratorio polvoriento y oscuro pero ahora en la comodidad iluminada de la mesa de la cocina. Hago mezclas y remedios para todo lo que se me ocurra: conciliar el sueño, relajarme y relajar la mandíbula para no apretar los dientes, alcalinizar mi estómago, para el buen humor y contra las malas energías, contra ácaros y hormigas, para que me crezca el pelo, contra los callos de los pies que me salen por andar descalza, contra el estrés y molestias de cabeza, para aligerar la congestión y la sobre producción de flemas, como aromaterapia para quienes vienen a hacerse faciales, para no roncar y un gran etcétera que me falta experimentar y otro mayor que me falta por descubrir. Aparte de todo, mi casita huele delicioso y yo también.

Sinceramente, me gusta más este laboratorio y los resultados de las investigaciones y experimentos. Al menos no se me están muriendo criaturitas tiernas y esponjosas durante el proceso.


viernes, agosto 12, 2016

El caos

Un día de estos lentos y veraniegos mi amiga me dijo:
-Ven a mi casa mientras baño a mis hijos para echarnos la platicadita después.
Yo tuve un flachbak de meses atrás bastante complejo y colorido, lleno de imágenes y sonidos que me recordó el día que sí llegué casualmente a su casa alrededor de las 7:30 de la tarde y ella iba a mitad de su rutina diaria de bañar a sus 4 hijos.
-No, gracias.
Ella puso cara de sorpresa e interrogación.
-Me acuerdo perfectamente la última vez que estuve y prefiero perdérmela para siempre, le dije yo.
O algo así. Probablemente exagero (en lo que le dije, aunque seguro lo pensé exactamente así).
Aquí el recuento del impactante suceso (todo pasando en fasfogüar, como en las películas vistas en VHS):
Después de un grito desde la segunda planta de "Acá estamos, ¡vente!", me sugirió que la esperara en un cómodo sillón afuera del cuarto de las niñas.
-Ya casi acabamos, me explicó apurada.
Una estaba en sus brazos y a la otra la cargaba su ayudante de momento allí hechas bola las cuatro en el umbral al que yo ya había entendido no querría atravesar.
La ayudante daba el biberón a la que estaba en brazos de la mamá y la mamá le embarraba un menjurje de aceites en el pecho a la hija de enfrente (llamémosle número Tres (no las distinguía yo porque estaban igualitas según mis ojos inexpertos)) mientras me explicaba que tenía mucha tos y que con una gota de aceite nosécuál revuelta con otro aceitetal tenía para no despertar a la hija número Cuatro durante la noche (y casi metiéndose los dedos por las fosas nasales y aspirando profundamente me dice "huele deli"); ella lloraba porque, según me contó su procreadora, ya quería su biberón y no ser untada en aceites y "oírme hablar y hablar y hablar, jijiji." (Al menos eso creo. Era difícil oírla y sobre todo entenderle por encima del llanto de bebés y gritos de niños a lo lejos, pero EQUIS, yo asentí a todo y puse cara comprensiva con alguna que otra sonrisa y levantado de ceja espejeándola en su chachareada y cuando intuía que era adecuado.)
Mientras tanto, en el baño se oía la regadera con un niño cantando y el otro gritando algo desde su posición en la taza del baño.
Me di cuenta que estaba allí sentado porque cuando mi amiga logró acostar a una de las niñas en la cuna y desapareció tras la pared al fondo del cuarto, oí gritar:
-¡Hijo Dos! Hijito, ¡no puedes comerte un Duvalín mientras haces popó! ¡Dámelo! Hijo Uno, ¿por qué no cerraste la puerta? Mira, ¡el mugrero! Ya salte para que entre tu hermano. ¡Sécate bien!
La niña Tres, en brazos , seguía repelando amargamente y entre voces infantiles yo apenas oía murmurar a la señora de la casa pero aquí daba igual porque no tenía que pretender que sabía de lo que estaba hablando ni lo que estaba pasando.
De pronto sale el hijo Uno corriendo atacado de risa y al poco el hijo Dos apurado detrás, totalmente encuerado, también riéndose. Yo me incliné hacia atrás y encojí las piernas rápidamente para darles camino libre para pasar frente a mí, sin notarme si quiera, y la mamá los siguió con brazos al aire hasta otro cuarto gritando órdenes de piyamas, propiedad y decencia.
De un minuto a otro, como cuando se detiene la tormenta de un huracán de la nada, las hijas Tres y Cuatro estaban en sus cunas detrás de puerta cerrada muy calladas; los hijos Uno y Dos se apaciguaron (sospechosamente, en mi opinión) detrás de otra.
Mi amiga del alma caminó hacia mi arrastrando los pies. Yo seguía en mi silencio sepulcral y con los ojos hechos platos.
-Listo, me dijo, aliviada.
-Ya me voy.
-Pero, ¿por qué? ¡Si ya me desocupé!
-Me agoté nada más de ver. Ojalá y te puedas dormir los próximos dos meses después de esto.
Y temiendo que estuviéramos en la calma tenebrosa del ojo del huracán y todo volviera a empezar en cualquier momento, me fui. Rapidito.
Aparentemente, según sus explicaciones, eso es cosa de todos los días.
Caos. Lo que es acostumbrarse al caos.
No entiendo por qué está mal bañarlos una vez a la semana, o cada tercer día, cuando menos.
Y luego me sorprendo de sorprenderme pensando que mejor no quiero tener hijos.
A mi amiga (tú sabes quién eres): te adoro completamente y admiro profundamente. No me vuelvas a invitar bajo esas o parecidas circunstancias que puedo ser tan incauta que vuelva a aceptar.
A todas las mamás dedicadas y entregadas del mundo: mi respeto y admiración.
A las otras que no son tan proliferas, y/o dedicadas ni entregadas pero no dejan de querer a sus criaturas (obvi): mi respeto y admiración, también.

miércoles, agosto 10, 2016

Hoy es un buen día

Hoy amanecí otra vez con baba en la almohada. Desperté después de mi segunda noche con cama nueva y de dormir como hace mucho no lo hacía; creo que "divinamente" es una palabra adecuada.
Me estiré, troné los dedos de mis pies y di gracias, porque mira qué fortuna la mía de despertar, y aparte sin haber tenido que poner despertador y pudiendo estar acostada hasta que me escupa la cama.
Puse mi volcán azul a difundir aceites cuyas propiedades alegran el corazón, disminuyen los síntomas de la sinusitis, relajan los dientes apretados y suavizan el ceño fruncido (todo, obviamente, científicamente comprobado) y me quedé leyendo "El Amante Japonés" hasta que lo terminé.
Recibí una llamada para agendar un masaje relajante con aromaterapia y me acordé que hoy es él ultimo día de mi curso de natación y llené el grupo para el próximo que empiezo el lunes.
También tuve una sesión corta por FaceTime con el novio trabajador más guapo de la comarca desde su oficina (las maripositas que todavía siento CREO que no tienen nada que ver con los aceites) y organicé la reservación del hotel para el fin de semana de la boda de una de mis mejores amigas en CDMX para noviembre.
¡Hoy es un buen día!
Deseo lo mismo para todos los que de casualidad lean esto, si ya no es hoy, entonces para mañana, y...
Pídanme lo que quieran, que probablemente les diga que si a todo.
Y recomiéndenme algún libro, que ya no tengo que leer!

martes, agosto 09, 2016

La importancia del colchón

El domingo fui a buscar colchones. Había estado contemplando comprar uno desde hace semanas; el colchón de mi departamento rentado amueblado había reposado varios inquilinos y tenía más hoyos que un queso suizo y ya me estaba cansando de amanecer con tortícolis hasta en las uñas de los pies.
Es la segunda vez que compro colchón. Haciendo cuentas, he dormido por tiempo prolongado (dígase más de dos meses) en 11 colchones diferentes, si mi memoria no me falla. No todos me han dado experiencias agradables, lo describiría más bien como desventuras en ocasiones hasta tortuosas que no se olvidan hasta que se te endereza la vértebra o se te alinea por simple resignación.
Para quien haya estado verdaderamente comprometido en su búsqueda de un colchón nuevo, no se le hará sorpresivo que yo cuente que probé todos los de la gran tienda colchonera. Todos. Desde los aguados que parecen arenas movedizas, hasta aquellos del espacio exclusivo con aire acondicionado y música de espá que podrías confundir con un bombón o esponjosa nube celestial en dónde la pieza más económica cuesta 22 mil pesos. Como ninguno de allí se ajustaba a mi presupuesto, sólo volví, después de informar mi intención a la señorita dependiente, para reflexionar profundamente sobre la compra que iba a hacer y quitarme el miedo al gran desembolso. Me postré descaradamente en el más caro e inaccesible que tenía almohada, con mis pies descalzos (claro que me quité las chanclas) encima de la tela impresa con la marca del colchón. Estoy segura que me quedé dormida un ratito y soñé con viajar a las islas Galápagos, pero lo importante es que hice cuentas y me decidí. Lo compré.
Me entregaron ayer tan anhelada preciosidad extra dura y blanca como la nieve que asegura un descanso ortopédicamente correcto. No podía de la emoción. Sentí que era navidad cuando le quité el plástico como si fuera regalo y me quería dormir a las cuatro de la tarde.
Obviamente (y ya que no hubo resultado a mi búsqueda en Google), inventé una oración de bendición, hice un ritual de agradecimiento y de protección contra los espíritus jala pies y lo rocié en exageración con una mezcla que hice en ese instante de aceites esenciales que aseguran relajación, purificación y buen olor, y aparte (y lo más importante), repeler a los temidos ácaros come cerebros.
Hoy desperté después de exactamente ocho horas de sueño, con baba en la almohada y oliendo a lavanda, eucalipto y naranja dulce. Qué bonito es despertar descansada y estirada y poder quedarme un buen rato agradeciendo y abrazando idiotamente mi nuevo colchón.
Quien quiera asistir a mi próxima piyama party para conocerlo, me dice.

viernes, agosto 05, 2016

El amor, es amor.

Cuando amar a alguien "diferente" es mal visto por la sociedad, ILEGAL y castigado.
Por esto me meto en cosas que "no me importan", que "no tienen que ver conmigo", y que "a mi qué".
No entiendo cuando se cree que la moral, lo correcto y los valores tenen que ver con ver mal o querer impedir que exista la posibilidad de que haya mas amor.
Porque claro que me importa, tiene que ver conmigo y a "mi mucho qué." Porque tiene que ver con mi actualidad, mi tiempo, mi comunidad, mi mundo.
Prefiero ser esa "amiga" y no esa enemiga, y contribuir a "ganar esa gran guerra".

"...I love my wife."
Entiendo que yo no puedo decretar quien puede amar a quién.


jueves, agosto 04, 2016

La maravilla más sencilla

"Este es un corte transversal de una hoja de zacate, pintada para poderse ver através del microscopio. Las caritas felices son los canales por donde viaja el agua."

Hasta detrás de lo más sencillo, hay una vida increíble y asombrosa sucediendo.

lunes, agosto 01, 2016

La ofis

Mi oficina veraniega hoy parece caldo. ¡Está a 34 grados centígrados! ¡Me coceré poco a poco, pero está bien! Me siento bendecida y dichosa. Me pregunto cómo son los lugares de trabajo de los demás, qué les gusta más, si hay colores y desorden, o está todo muy blanco y nada estorba, si sudan o hay aire acondicionado y se tienen que poner suéter en agosto. Si trabajan solos o comparten el espacio con alguien con quien platican o con alguien que huele mal. Si les roban la comida del refri comunitario o salen por tacos mañaneros los viernes.
Pasamos un montón de tiempo trabajando. Ojalá y todos sientan felicidad en su trabajo también!