sábado, agosto 13, 2016

En el 2008 trabajé en un rancho de producción agrícola orgánica y aunque ya casi pasan 10 años, sigo teniendo la experiencia fresca en los tejidos de mi corteza prefrontal cerebral altamente selectiva y la recuerdo con mucho cariño. Durante la mitad de mis estudios universitarios y con la moda de los productos orgánicos en boga, constantemente escuchaba hablara mis profesores sobre la maravillosa empresa en Artega, Coahuila, que traía al mercado regiomontano verduras de excelente calidad libres de cualquier rastro de agroquímico comercial.

Yo quería trabajar allí por mis tendencias y experiencias ecológicas mientras viví en Francia y mi historia con el manejo de lombrices, pero no había vacantes disponibles. Insistí tanto que después de dos años me generaron el puesto de encargada del área de producción animal. Sería la responsable de mejorar e incrementar el manejo y la producción para considerar la posibilidad de comercializarlos.

Cabe mencionar que yo me gradué de Agrónoma con enfoque fitotecnista, no zootecnista. En pocas palabras, en plantas y no animales y no tenía idea de a lo que iba.

Me mudé a Saltillo y compré mi primer carro; tenía que recorrer 40 kilómetros para llegar y los mismos para regresar del rancho. Mi uniforme extraoficial era botas, pantalones de mezclilla, blusas polo coloridas y sudaderas. La mayor parte del tiempo estaba deliciosamente fresco a esa
altitud, y en invierno helaba y se me congelaban, junto con los huesos, hasta los mocos que me escurrían espontáneamente sin vergüenza alguna.

Estaba al cuidado de da producción de lombrices y composta de lombriz con la que se fertilizaban los campos de hortalizas y hierbas aromáticas, de un rebaño de más o menos 180 borregos Dorper, de un hato de 7 vacas lecheras y de las gallinas ponedoras a libre pastoreo. De pasada vacunaba y desparasitaba a Marieta, una gata altanera y sorda que me dejaba llena de pelos cuando la abrazaba en contra de su voluntad y a tres perros de montaña de los Pirineos que median en longitud lo que yo de altura.

Contaba borregos, ordeñaba vacas y veía nacer becerritos que bautizaba con nombres que empezaran con la letra del año, perseguía gallinas que parecían vestidas de crinolinas rojas y llevaba un meticuloso registro y análisis de todos los procesos adecuados y establecidos. Todo iba bien hasta que se me empezaron a morir borreguitos. Uno tras otro. Me partía el alma y no sabía por qué pasaba. Otros productores con mayor experiencia que la mía me insistían que
tendría que usar antibióticos. Inaceptable.

Saliendo de Arteaga, había una forrajera a la que ya había ido varias veces a comprar comederos y vacunas. La dueña era una veterinaria simpática y amable que me contestaba cualquier pregunta, por estúpida que fuera (hice muchas de esas). Un día se me ocurrió llevarle uno de los borregos muertos para averiguar qué los estaba matando y encontrar una posible solución. Después de mi primer necropsia en la que casi vomito los tacos de papa y chorizo que me había comido, tenía respuestas.
Como no había posibilidad de usar medicamentos convencionales, empecé a investigar intensamente sobre las hierbas medicinales.

Encontré una mesa vieja de tablones y convertí una caballeriza vacía en un laboratorio hechizo con un una estufita de parrilla y ollas y vasijas nuevas y usadas. Salía al campo y a los bosques con los nativos a buscar hierbas, hojas y cortezas, luego iba a los mercados y buscaba con las viejitas sentadas en el piso que vendían plantas secas; era lo más que podía hacer para garantizar productos orgánicos.

Secaba las plantas frescas en la oscuridad de los rinconescolgadas en las paredes de la caballeriza. Con mis notas interminables de medicina herbolaria empecé a hacer infusiones. Pesaba, combinaba y hervía; dejaba que se enfriaran en lo que algún trabajador me apoyaba trayendo al borrego 48,
93 o 146 para dárles los "tés" contra su voluntad con jeringas de 20 ml. A veces y dependiendo del problema, el trabajador me ayudaba deteniendo al animal para hacerle vaporizaciones sobre la olla llena de hierbas e hirviendo, cubriéndolo con un costal. Todo se registraba minuciosamente para poderlo repetir si funcionaba. Las repeticiones eran seguidas, porque la constancia es muy importante
para la efectividad de los tratamientos alternativos.

Me mantuve firme a pesar de que los trabajadores se mofaban de mí y de las burlas descaradas de los más conocedores. Gané apuestas y asombro cuando los animales lograban sobrevivir. Me sentía muy orgullosa y me enamoré más de las plantas y sus increíbles propiedades.
Ahora ya no me dedico a nada que tenga que ver con las plantas, pero me he reencontrado con ellas y he descubierto la que creo es la mejor forma de obtener directamente sus propiedades sanadoras en una de sus formas más puras: los aceites esenciales.

Me he remontado a ese laboratorio polvoriento y oscuro pero ahora en la comodidad iluminada de la mesa de la cocina. Hago mezclas y remedios para todo lo que se me ocurra: conciliar el sueño, relajarme y relajar la mandíbula para no apretar los dientes, alcalinizar mi estómago, para el buen humor y contra las malas energías, contra ácaros y hormigas, para que me crezca el pelo, contra los callos de los pies que me salen por andar descalza, contra el estrés y molestias de cabeza, para aligerar la congestión y la sobre producción de flemas, como aromaterapia para quienes vienen a hacerse faciales, para no roncar y un gran etcétera que me falta experimentar y otro mayor que me falta por descubrir. Aparte de todo, mi casita huele delicioso y yo también.

Sinceramente, me gusta más este laboratorio y los resultados de las investigaciones y experimentos. Al menos no se me están muriendo criaturitas tiernas y esponjosas durante el proceso.


2 comentarios:

  1. Algo tienen las plantitas... Seguramente tienen en las hojas conocimientos de psicoanálisis porque son una gran terapia si uno pasa más de media hora con ellas. Yo les platico y las regaño cuando no quieren crecer o se empiezan a secar. Y también las consiento cuando me sorprenden con alguna florecita o hijitos.
    Me puse a recordar tu época de Saltillo. Lugar polvoso que me remite a la Migaja que suelta el pan salido del tostador.

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    1. Amo las plantitas. Son vida, son magia, siempre dan y dan. Te recuerdo en Salitllo! Siempre te deseo muco éxito en esta aventura!

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