Un día de estos lentos y veraniegos mi amiga me dijo:
-Ven a mi casa mientras baño a mis hijos para echarnos la platicadita después.
Yo tuve un flachbak de meses atrás bastante complejo y colorido, lleno de imágenes y sonidos que me recordó el día que sí llegué casualmente a su casa alrededor de las 7:30 de la tarde y ella iba a mitad de su rutina diaria de bañar a sus 4 hijos.
-No, gracias.
Ella puso cara de sorpresa e interrogación.
-Me acuerdo perfectamente la última vez que estuve y prefiero perdérmela para siempre, le dije yo.
O algo así. Probablemente exagero (en lo que le dije, aunque seguro lo pensé exactamente así).
Aquí el recuento del impactante suceso (todo pasando en fasfogüar, como en las películas vistas en VHS):
Después de un grito desde la segunda planta de "Acá estamos, ¡vente!", me sugirió que la esperara en un cómodo sillón afuera del cuarto de las niñas.
-Ya casi acabamos, me explicó apurada.
Una estaba en sus brazos y a la otra la cargaba su ayudante de momento allí hechas bola las cuatro en el umbral al que yo ya había entendido no querría atravesar.
La ayudante daba el biberón a la que estaba en brazos de la mamá y la mamá le embarraba un menjurje de aceites en el pecho a la hija de enfrente (llamémosle número Tres (no las distinguía yo porque estaban igualitas según mis ojos inexpertos)) mientras me explicaba que tenía mucha tos y que con una gota de aceite nosécuál revuelta con otro aceitetal tenía para no despertar a la hija número Cuatro durante la noche (y casi metiéndose los dedos por las fosas nasales y aspirando profundamente me dice "huele deli"); ella lloraba porque, según me contó su procreadora, ya quería su biberón y no ser untada en aceites y "oírme hablar y hablar y hablar, jijiji." (Al menos eso creo. Era difícil oírla y sobre todo entenderle por encima del llanto de bebés y gritos de niños a lo lejos, pero EQUIS, yo asentí a todo y puse cara comprensiva con alguna que otra sonrisa y levantado de ceja espejeándola en su chachareada y cuando intuía que era adecuado.)
Mientras tanto, en el baño se oía la regadera con un niño cantando y el otro gritando algo desde su posición en la taza del baño.
Me di cuenta que estaba allí sentado porque cuando mi amiga logró acostar a una de las niñas en la cuna y desapareció tras la pared al fondo del cuarto, oí gritar:
-¡Hijo Dos! Hijito, ¡no puedes comerte un Duvalín mientras haces popó! ¡Dámelo! Hijo Uno, ¿por qué no cerraste la puerta? Mira, ¡el mugrero! Ya salte para que entre tu hermano. ¡Sécate bien!
La niña Tres, en brazos , seguía repelando amargamente y entre voces infantiles yo apenas oía murmurar a la señora de la casa pero aquí daba igual porque no tenía que pretender que sabía de lo que estaba hablando ni lo que estaba pasando.
De pronto sale el hijo Uno corriendo atacado de risa y al poco el hijo Dos apurado detrás, totalmente encuerado, también riéndose. Yo me incliné hacia atrás y encojí las piernas rápidamente para darles camino libre para pasar frente a mí, sin notarme si quiera, y la mamá los siguió con brazos al aire hasta otro cuarto gritando órdenes de piyamas, propiedad y decencia.
De un minuto a otro, como cuando se detiene la tormenta de un huracán de la nada, las hijas Tres y Cuatro estaban en sus cunas detrás de puerta cerrada muy calladas; los hijos Uno y Dos se apaciguaron (sospechosamente, en mi opinión) detrás de otra.
Mi amiga del alma caminó hacia mi arrastrando los pies. Yo seguía en mi silencio sepulcral y con los ojos hechos platos.
-Listo, me dijo, aliviada.
-Ya me voy.
-Pero, ¿por qué? ¡Si ya me desocupé!
-Me agoté nada más de ver. Ojalá y te puedas dormir los próximos dos meses después de esto.
Y temiendo que estuviéramos en la calma tenebrosa del ojo del huracán y todo volviera a empezar en cualquier momento, me fui. Rapidito.
Aparentemente, según sus explicaciones, eso es cosa de todos los días.
Caos. Lo que es acostumbrarse al caos.
No entiendo por qué está mal bañarlos una vez a la semana, o cada tercer día, cuando menos.
Y luego me sorprendo de sorprenderme pensando que mejor no quiero tener hijos.
A mi amiga (tú sabes quién eres): te adoro completamente y admiro profundamente. No me vuelvas a invitar bajo esas o parecidas circunstancias que puedo ser tan incauta que vuelva a aceptar.
A todas las mamás dedicadas y entregadas del mundo: mi respeto y admiración.
A las otras que no son tan proliferas, y/o dedicadas ni entregadas pero no dejan de querer a sus criaturas (obvi): mi respeto y admiración, también.
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