Me llamo Elisa. Mi esposo (aunque nunca nos casamos) se llama Francisco. Vivimos en un pueblito que se llama Escobedo, en el valle de San Antonio. Casi en medio de la nada.
Francisco me robó a los 15 años. Al menos así se le ha dicho siempre en mi pueblo cuando una mujer se va con el hombre, y por falta de mejor lugar, se echa detrás de un mezquite o un huisache achaparrado y viendo al cielo se abre de piernas mientras cierra los ojos y reza un Ave María, llenándose la ropa y las nalgas de tierra y piedritas y con el hombre encima con los pantalones echos bola a media pierna.
Y esa es la ceremonia de matrimonio, como música de celebración el aullido de los coyotes, si es que una tiene suerte, porque a veces ni eso se oye. De testigos tenemos a los grillos y al Dios ese del que me platican, porque dicen que todo lo ve. Con eso basta para tener dueño toda la vida.
Francisco tenía dos años más que yo cuando me revolcó por primera vez y me hizo un hijo. Después que parí el segundo, en la clínica me dijeron que había formas de cuidarme para no embarazarme otra vez, porque aquí todos saben cómo se oye el llanto de un niño cuando el hambre le retuerce las tripas.
Hace unos años llegó una empresa y nos dio trabajo a muchos. Son largas horas las que estamos allí metidos, pero no nos falta qué comer ni leña para la estufa cuando llega el invierno, porque ése no perdona. Se te mete en los huesos y te aprieta el pecho sin miramientos ni piedad.
Aquí la gente, cuando hay qué hacer, es muy trabajadora. Antes de que llegara la empresa, yo nada más estaba en la casa, limpiando, lavando ropa, cocinando y cuidando a los niños. Paco trabajaba por temporadas en la pizca de manzana, los cortes de cilantro o la cosecha de papas.
Ahora que trabajamos los dos en la empresa mi mamá cuida a los niños durante el día. Apenas los veo. En la mañana que me levanto para hacer de desayunar es muy temprano para ellos y en la noche que hago la cena para Paco y el almuerzo para el siguiente día, ya están dormidos. Los domingos lavo la ropa de la semana y poco me queda de tiempo y energía para jugar con ellos un rato.
Cuando llegamos del trabajo a la casa, Paco llega al sillón a ver la tele y a repelar de lo cansado que está por las largas jornadas en el trabajo. Le sirvo de cenar y luego se duerme mientras yo sigo ordenando un poco la casa y terminando de preparar la comida para el siguiente día.
A veces quisiera llorar de desesperación cuando oigo a mi marido quejarse de lo cansado que está, siendo que yo he trabajado las mismas horas que él y aparte llego a la casa a seguir trajinando.
En el comedor de la empresa, a la hora del almuerzo, cuando tengo que calentarle y servirle la comida me dan unas ganas casi incontenibles de aventársela en la cabeza. De paso me evito comentarios entre labios de lo fría o desabrida que está.
Los domingos que quiero dormir más o estar con mis hijos pero estoy lavando con mis manos lastimadas del trabajo de la semana, apenas puedo evitar echarle el agua hirviendo con jabón en la cara allí donde él sigue dormido.
Ayer cumplí 23 años. Sin quejarme en voz alta, lo hago. Constantemente, lo hago. Pero en mi cabeza nada más, por que aquí nos enseñan a no quejarnos, menos cuando nos toca un buen marido. Uno trabajador que no golpea ni anda de borracho y mujeriego, aunque de eso nunca he estado muy segura.
Me pregunto si así va a ser el resto de mi vida. Me preguntó cuánto va a durar este resto porque yo ya estoy cansada.
Es culpa de la ingeniera que vino de fuera y me metió ideas en la cabeza. Es que ella no sabe que aquí nadie conoce la palabra igualdad, que eso no existe.
El no llegar da dolor
ResponderBorrarpues indica que mal tasas
y eres del otro deudor.
Mas, ay de ti si te pasas...
¡si te pasas es peor!
En fin, que hay verdades que son contraproducentes.
Mus
En una televisión española se emite una serie muy popular que narra la evolución de la sociedad española desde los finales del franquismo (los años 60) hasta los albores de la democracia. Y lo hace a través de una familia: la familia Alcántara, uno de cuyos hijos nos va narrando en primera persona esa evolución social, cultural y -también- económica.
ResponderBorrarLa serie se titula "Cuéntame" y en el capítulo de hoy se trató como las mujeres españolas dieron sus primeros pasos en el camino hacia el mínimo respeto para ellas.
No se si hubo "ingenieras" que ayudasen a abrir los ojos a muchas (y a muchos); pero mis felicitaciones a quienes pusieron, en España hace unos pocos años y en México hace unos pocos meses, la primera piedra para allanar el camino de la igualdad y del respeto.
Un bico e unha aperta
Muchisimas felicidades aunque sea tarde y mucho ánimo que aunque la vida es dura tambien es un poco maravillosa... a veces.
ResponderBorrarSaludos desde España,
Marta
la verdad, quien dice que la vida es justa, o quien tuviera la formula para ser feliz... que puedo decir, ya somos dos.
ResponderBorrarHola, quiero agradecer a los dos anónimos (que muy probablemente nunca lean esto pero bueno) por sus comentarios, pero sobre todo quiero aclarar, que yo no soy Elisa. Yo me llamo Aurora Nico y soy soltera y sin hijos... o, pues, que esta no es mi historia, solamente la escribi.
ResponderBorrarsaludos!
El primero de los dos anónimos (Marta de España) si que te ha vuelto a leer.
ResponderBorrarSiento mucho haberte confundido con la protagonista de tu historia, pero parecia muy real...
Me gustó mucho. Ahora que sé un poco más de ti y de tu blog igualmente seguiré leyendote.
Saludos (desde España)
Marta
"Me pregunto si así va a ser el resto de mi vida. Me preguntó cuánto va a durar este resto porque yo ya estoy cansada". La solución ante situaciones drásticas ha de ser también drástica. q
ResponderBorrarQuizás menos preguntarse y más actuar. ¿no?