Aquí estoy. Sola. Con ganas de irme a mi cama. Sentada respiro profundo. Veo alrededor, huelo, oigo, siento.
Excepto por el ruido del refrigerador que viene y va, nada más se oyen los grillos del otro lado de la ventana.
Ya hace frío. Me dicen que esto no es nada, que espere a los días de niebla que trae octubre junto con las heladas y al frío que acompaña a diciembre, peor el de enero.
Traigo una sudadera cuyo color describiría como rojo, aunque sé que en el arco iris femenino tiende más al rojo apagado, en realidad al vino. Mis pantalones están más sucios allá donde se acercan a mis pies, la lluvia llega diariamente intermitente y deja estragos húmedos en el suelo, un suelo que se empeña en viajar pegado a los finales de mi ropa y a la esencia de mis botas. Mis calcetines encierran a sus portadores como en una cárcel con sus rayas negras y grises.
Me siento en la silla azul, la verde y la roja están vacías, metidas debajo de la mesa redonda que se mueve cuando me muevo. Es culpa de la pata más corta que supongo está de mi lado.
Las cortinas ya están cerradas sobre las ventanas, y a cada lado tengo montones de hierbas aromáticas colgadas, secándose, despidiendo un olor que se revuelve en el ambiente.
Sobre la barra de la cocina está un frasco con chiles de bolita de muchos colores y junto una garrafa de vidrio con flores amarillas silvestres. Pierden sus pétalos y los dejo reposando junto al polen que salpica la superficie oscura. Quise traerme un pedazo de verano para seguir disfrutando del campo cuando ya estoy guardada entre mis cuatro paredes.
En botellas que algún día tuvieron vino viven plantas que echan raíces en agua y llenan de un verde vivo los rincones.
Hay post-its pegados por todas partes con teléfonos o que lo escrito se encarga de recordarme dónde poner las llaves o que no las deje atrás, o con frases que oigo o encuentro y que para perpetuarlas se registran en mis paredes, espejos y puertas.
Veo las fotos en blanco y negro encontradas en un álbum olvidado en un pequeño y polvoriento bazar y las otras tomadas y reveladas por mi propia mano que me sirven de recuerdo de otros ratos de hace rato, la tele que nunca veo más que apagada, el librero regalado lleno de libros leídos esperando ser releídos o compartidos y otros tantos cuyos interiores desconozco y están en fila para ser encontrados en las noches junto a la lámpara de mi mesa o tirada en el zacate que decora el frente de mi puerta.
La pared que no he terminado de pintar y la cama de sábanas rojas destendida, los zapatos revueltos y los platos sin lavar en el fregadero, el cuadro en el suelo que no he colgado y la ropa limpia que sigue doblada en el cesto están muy bien así, esperando pacientemente y sin reclamos.
Huele también a manzana.
Me gusta.
- Nunca creí hacerlo, acabo de postear mis nalgas en mi blog.
ResponderBorrarEso de la soledad, en momentos asi como que se disfruta, supongo que tenemos un cierto gusto por cosas iguales, bai ma
ResponderBorrarQue colorida descripción de unos instantes para muchos comunes, saludos Ña Babas!
ResponderBorrarA mí también me gusta lo que describes, parece muy acogedor, en muchas ocasiones adoro la soledad, disfruto de ella, y del silencio, lástima el ruido del refrigerador.
ResponderBorrarQuizá en México no puedas disfrutar del otoño, pero es un país que me parece maravilloso y que me gustaría conocer, pero está tan lejos...
Olores a hierbas aromáticas, a manzana..., también me gusta.
Un beso, Caracol.
Estás contándote - y contándonos - tu vida.
ResponderBorrarAhora te veo en ese espacio, y veo una mujer empeñada en crecer adecuadamente.
Me gusta.
Me gustas.
Antes de dormir no olvides estirar los brazos y echarle una buena sonrisa a tu propia compañía.
ResponderBorrarHay mensaje en tu semántica y hay comunicación en tu forma de escribir. He llegado a percibir las hierbas aromáticas y a manzana de tu habitación.
ResponderBorrarY luego dices que tu blog no es interesante!
(Y ahorita voy a ver las nalgas posteadas de dorn!!!!)