El sábado.
Lloré como hacía mucho no lloraba.
Me llamaron mis amigas, que se habían reunido en casa de una que está malita de la espalda.
Me llamó también mi mamá.
Traté de actuar normal. No sé si me la creyeron. Creo que no.
El sábado me cansé de llorar y de esperar ser rescatada.
Me duché y me salí en la camioneta sin saber a donde iba.
Terminé en la calle Primera, en donde los carros avanzaban despacio y solamente con levantar el pie del freno.
Por cortesía me detuve para dejar salir una camioneta de su estacionamiento sobre la calle. Sin pensarlo tomé su lugar y caminé. Y caminé.
Pasé un teléfono publico con el auricular colgando.
Lo colgué.
Porque así es como debería de estar.
Caminé hasta que llegué a la Casa del Tequila.
Dos por uno, Dosequislager.
Cacahuates.
Cigarros.
Una pelea de box con hombres en pantalones cortos y coloridos.
Botellas y más botellas en fila en estantes, botellas que me recordaron juergas, amigos y borracheras de (otros) tiempos que parecen muy lejanos.
En las paredes fotografías en blanco y negro, también hombres y mujeres en revolución, en sepia. Una barra en madera tosca, larga, muy larga.
Música que reconozco, argüendera y guapachosa, hecha con tololoche y acordeón, bajosexto, trompetas, tambores y tubas y voces que siempre dejan mucho que desear.
Un desconocido se sienta junto a mi, me habla.
Quiere bailar, y bailo de esta música que sólo se baila muy pegaditos, meciendo el cuerpo rápidamente, con vueltas y más vueltas.
Huelo un perfume dulce, y pienso en cómo me gustaría oler el olor natural del cuerpo masculino que se aferra a mi cintura con manos firmes.
Pienso en cómo me gustaría que fuera otro el que me sostiene y que quisiera me sostuviera por más tiempo que una canción.
Por eso me quito cuando hace como que me va a besar, y le doy las gracias.
Regreso a mis cacahuates y dosequislaguer y veo sin ver la pelea de box en la tele y pienso en lo bien que me haría golpear a alguien pero que sería mejor si alguien me golpeara a mi.
O si yo golpeara mi cabeza contra la pared hasta que me explotara y así poder dejar de pensar.
Empieza una canción que me gusta y con la que quiero dar vueltas y más vueltas.
Otravez.
Busco a quien sea entre la gente y bailo.
Sudo.
Me mareo.
Canto.
Me harto y vuelvo a la barra.Y tomo y fumo y pelo cacahuates.
Ayudo a un gringo que no supo pedir su tequila.
Me invita un dos por uno y hablamos.
Se acerca un “tacataca” y me pide que lo mande a sus amigos gringos en la esquina.
Yo estoy borracha y pienso en ir al baño, pero odio ir esa primera vez, porque después tendré que ir cada 10 minutos.
Decido que es tiempo de irme y el gringo hace como que se decepciona y yo pienso en mi irresponsabilidad mientras me despido y salgo a la calle por las puertas cantineras.
Camino despacio, con el frío que no siento porque me siento fría por dentro.
Ignoro a los hombres que me dicen cosas mientras paso, y me pregunto por qué sentirán la necesidad de decirlas.
Manejo despacio y con mucho cuidado a mi casa.
La distancia es corta, pero voy mortificada.
Al fin llego y subo lentamente las escaleras en la oscuridad.
No sé si querer o no otro sábado igual a este.